Ayer estabas bella en La Calzada,
parecías un pétalo de estrella:
brillante,
cálida,
infinita.
Cada quien llevaba su raspado
de nancite o tamarindo,
mientras reíamos del último chisme
del Tino y la Diana.
Confirmé en Granada
que eres todita poesía, Miriam,
cuando en una de las esquinas
te detuviste,
y estaba allí un viejo militante
de la Revolución
con sus gafas «culo de botella»
recitando versos
de poetas granadinos
frente a una pelota de cipotes.
La voz del anciano guerrillero
rodaba por todas partes en eco,
levantada por el viento colado del Cocibolca,
el cual divulgaba por aquellas esquinas
los verso de un tal Joaquín Pasos,
Michele Najlis,
José Coronel Urtecho,
Ernesto Cardenal,
Fernando Silva…
La tarde comenzaba a hundirse detrás del Mombacho,
y las lucecitas aéreas de la calle se encendían.
Te alzaste muy alto en un vuelo del alma
en aquel recital poético al aire libre.
Pronto te volteaste,
y me dijiste
con alegría de niña
de que te convertirías algún día en poeta,
para ser léida por nuestra gente,
y reunirla en torno a la fogata del amor
en festivales,
en el filo de las cunetas,
en teatros y colegios,
en ranchos y asilos,
en caponeras y botes,
montaña adentro o en las colonias,
desde el Caribe hasta el Pacífico,
abrazados sobre las fronteras como una sola familia,
y en cada cúmulo de chavalos y chavalas
emplazados en otras tantas esquinas del país
soñando con escribir
las mejores andazas
sobre el suelo de la nación.