Prendo un cigarro
entre la bruma del patio,
mientras me atrae su chispa
dulcemente callada
ardiendo entre mis dedos
desatando nudos de la memoria,
oraciones pequeñas en hilos de humo
alzando su revoloteo agobiante
hacia las galaxias
desde el núcleo recóndito del alma
donde Dios escondió
su germen de inmortalidad
entre colonias de estrellas.
La colilla extrae una y otra vez
bocanadas como de azufre,
mientras la llama sigue invocando
el rito de los ancestros.
Y los volcanes que cargo
desde mi concepción,
alimentando hoy el ardor del tabaco,
aúllen como partos internos
mientras suscitan temblores súbitos
a raíz del magma pavoroso
abriéndose a través de mi garganta;
siendo como remanentes sin piedad
ni perdón
de pulsos rabiosos
que renacen como larvas
y lenguas incandescentes
escabulléndose desde las entrañas
en un galope ansioso y vulgar
hasta estallar
en soplos ásperos
que humedecen la mejilla
con ese calor de antaño
de consumar nuestras penas
en el placer de las cenizas.