26 de diciembre del 2020
Angelillo anda corriendo por las cunetas del barrio con su furgoneta de juguete y los cordones de sus zapatitos negros sin amarrar, tal como todxs deberíamos ir en la vida: sin ataduras y en movimiento.
Mientras poso dubitativo en las ramas de un Tabebuia rosea, me maravillo con la filosofía que flamea detrás de cada chavalx. Hay postales vivas que invitan a maravillarse con los actos humanos, por ejemplo las bandas de chigüines correteando desesperados en calles y aceras con sus alaridos de fantasía que dan timbrazos de alegría en el Universo; o el zapateo cuando se arman las mejengas en los parquecitos de la comuna; o la pasarela luminosa en la acera donde una nenitas vestiditas como angelitos, combinan su guapura con las posadas navideñas coloridas.
Y hablando de adornos, el niño dios de aquella casa al frente está en el pesebre recibiendo el frente frío pedante que viene del polo norte, y sus cachetitos rosados se convierten en una suerte de casquete frío y sólido. Ni el ganado, ni el calor de la María y el José a su alrededor, prometen una velada cómoda en el corredor de la casa de los Zúñiga Membreño.
Por supuesto que la melancolía por la ausencia está presente en todo. Es un asistente infaltable en las cobijas de todx vecinx. Esta vez se presenta en la comunidad en forma de fragancia floral que se desprende de los pétalos del jazmín en la casa vacía de Doña Carmen y Don Juan (ambos fallecidos este año con 10 días de diferencia), y se mezcla en la conciencia de lxs vecinxs con una extrañeza infernal que inunda las vísceras como nunca antes. El barrio sigue tributando a esas almas bellas que se despidieron hace pocos meses, perlas de un tiempo lejano que perduraron la embestida de la globalización, pero que ahora posan como santos sencillos y brillantes en las estrellitas guindadas en cada pesebre.
Hasta el gato blanco güebón, que despierta sin tregua todas las noches a decenas de desafortunadxs cuando pasa despavorido por los tejados, ahora está quedito porque también se congeló su ánimo con el trasfondo frío de nostalgia que se respira en el barrio urbano de San José, Costa Rica. Hasta se arrulló depresivo bajo el palito donde se mece el nido de los pichones abandonados (¿dónde estará mamá ave en esta navidad?).
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La recolección diaria de vivencias es de esas funciones humanas gratificantes por el simple hecho que se nos acumulan en cofres en nuestros corazones. Y ahí quedan por siempre. Pero al mismo tiempo solemos clasificar esas vivencias según los estados de ánimo. Pero de todas esas vivencia, sin importar sus etiquetas que les hemos puesto, aprendemos a construir con la memoria versículos fundamentales para el alimento de nuestra moral.
Sin duda el 2020 fue un año perturbador para la mayoría (menos para lxs banquerxs). Pero lxs invito a escudriñar lo peor y lo mejor de este año para convertirlo en potenciador de visiones.
Este año he volado sobre estanques y pantanos donde hermanos y hermanas muchas veces son vencidxs por las adversidades capitalistas que debilitan la ética y la motivación cotidiana. Personalmente me ha tocado lidiar malas rachas y otras muy agradables. Pero mi visión siempre está puesta en el pueblo, en aquellxs que se vieron atoradxs en las arenas profundas de la injusticia social durante esta miserable crisis figurada en pandemia. Esta lucha entre gigantes y guardianes de la vida se verá con mayor tensión en tiempos venideros. A pesar de lo duro del enfrentamiento, los triunfadores siempre seremos lxs justxs: lxs hijxs de las estrellas. Como bien enseñaría el maestro Cardenal, las estrellas no mueren porque siempre riegan vida por el Cosmos, por eso tampoco nosotros morimos.
Amar. Abrazar. Besar. Arropar. Cooperar. Gritar. Tantos verbos con naturaleza subversiva para destronar el método de supervivencia que usa la sociedad actual. Esas y otras palabras perduran impacientes por saltar de las páginas de los diccionarios al método práctico revolucionario popular que ansía poner en marcha el planeta Tierra. Estamos destinadxs a ser una generación renovada. Toda carne humana amasada y cocinada por la inacabable energía del amor, en pro de contribuir con su sabiduría a una mejor vida para la vida.
Por eso introduzco en esta correspondencia un pequeño episodio de un barrio urbano. Porque la humanidad y sus postales son capaces de conseguir proezas enormes para garantizar un planeta en armonía. Es en las pláticas callejeras y en los tiempos de solidaridad donde se alza la mejor de todas las filosofías. La filosofía de lo común.
Una noche de estas, de jolgorio popular, irrumpiría la pacífica calle un cipote llamado Johnny. A puro grito jubiloso decía: «¡LIGA CAMPEÓN! Y LO DEMÁS NO IMPORTA MÁS». Al mismo tiempo, su hermano menor (hincha de aquel equipo de fútbol contrario) lloraba la derrota de su equipo acostado sobre el lomo de su perro Golden Retriever. ¡Aleccionadora y digna es la comunidad humana!
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Compas, nos seguiremos leyendo en algún punto del espacio-tiempo el próximo año. Por ahora me muevo de esta rama en la que estoy porque los jodidos vientos me van a botar y las ráfagas quieren llevarme a otros parajes.
¡Aupa, ánimo! Qué lxs dioses de las estrellas, la tierra y el mar lxs mantengan siempre con equilibrio emocional y biológico.
Su amigo con plumaje celestial,
Tecolote
PD: Conocí un dulce colibrí obrero en un jardín ajeno. Me cegó su luz. Mientras se las ingeniaba con sus veloces alas, y sin advertir mi presencia, le escribí un poema pequeñito. ¿Será que algún día lo lea, y otros tantos más?
ELIXIR TROPICAL
Frutita exótica
del bosque denso tropical,
entras milagrosa a mi paladar
para aplastar mi frialdad
con el elixir de tu piel rojiza
sumergida en néctares
de victoria,
pasión
y revolución.
No más fronteras entre nosotrxs, más que la vida y la muerte.