Cuando el árbol de las emociones
se marchita durante las sequías,
la peste de la ansiedad
regresa tan pesada
como una roca desgraciada
entrañada hasta lo más hondo
de las regiones cuánticas del alma.
Cada segundo que trota,
se hace más tosca esa espina ansiosa;
nos roba el rostro juvenil
en plena expansión cósmica,
y alarga la ausencia de ese beso
que trasciende más allá de los labios
y la muerte.