Quisiera tejer palabras de lucha,
tan llenitas de fuerza
como el arroyo rojizo en mis venas,
para sembrarlas en el corazón de los hombres
y así recoger cosechas de amor
para los hijos y nietos de nuestra revolución.
Hoy mi esperanza se desquebraja
en la soledad de tu rechazo,
mientras huyes despavorido
con tristeza de animal vencido
en plena resonancia de mi voz.
No sé blandir la herramienta
como lo hace tu mal dañado espíritu,
porque no deseo que uno sea mejor que el otro,
sino que los dos seamos la misma plegaria
en esta patria de rocas y mares.
Mientras no pierda la última gota de anhelo
quiero que seas compañero;
para cultivar hombro a hombro,
de sol a sol,
la misma tierra que llevamos impregnada en la piel
y que devolveremos después del eterno adiós.
* * *
Junta tus dos palmas labriegas
en forma de palomita a volar,
para humedecerlas con mis sueños
al son del rocío madrugador
que baja de las montañas
donde habitan mis viejas utopías.
Muéstrame tus caricias que tiemblan
bajo la tela agria de tu hombría,
y no dejes que la falsa fiera del varón
domine tus puños sobre mis anchos muslos
que arrancan alaridos de vida.
Te doy mi vida, te doy las brazas de mi alma.
Entre tu soplo y el mío
hay dos pechos como sabanas amplias y salvajes
que palpitan al mismo ritmo
de los tambores de la antigua creación.
Hombre, ámame como te he amado desde el primer alba,
en tiempos de crecida y sequía,
cuando el moho herrumbre el brillo de nuestros cuerpos,
o las memorias reluzcan con el salto de las galaxias en el firmamento.