El solitario del Xolotlán

El apartado Momotombo parece un viejo ermitaño sentado junto al lago Xolotlán con aires de grandeza y soledad. Por su boca siempre emana bocanadas continuas de humo que se lleva el viento del norte que pasa por ahí colándose entre su figura encorvada. Inseguro, y con su cigarrillo siempre ardiendo para calmar sus inquietudes, observa celoso a los pequeños habitantes que aguardan en sus extensas alfombras de ceniza. Pequeños hombres y pequeñas mujeres que tienden a multiplicarse sin orden, pero realizan sus innumerables labores por aquellas llanuras de piroclastos que el Momotombo protege de reojo hacia cada uno de los puntos cardinales. Ha sido el primero y único que ha forjado las leyendas de esas tierras que hoy siguen arrullando la dulzura de los besos que deja el delicado oleaje de la bella Xolotlán.

Ese cascarrabias del horizonte nicaragüense suele siempre encallar su atención hacia la infinidad del mar que le reta a varios kilómetros de distancia; siempre sentado, sereno, nostálgico, con su sombrero puntiagudo de basalto y sus entrañas humosas de eterno fumador. Esa figura de buda, pero de corte tropical y agreste, penetra en lo más hondo de las pupilas de los humanos que logran mirarlo en aquel paisaje eterno y bendecido por antiguas deidades con su danza de fuego y agua.

Cuando el sol inclina sus pétalos de luz al ascender o descender, la sombra de ese centinela agiganta su figura hacia la cúpula celeste, penumbra que llega incluso a perderse hasta los confines del espacio y el tiempo. Una parte de la mística de ese cascarrabias siempre se apega y perdura en cada ser vivo que se atreva a conocer sus dominios; incluso hasta las semillas que ruedan dispersas por sus anchas planicies hacen brotar alimentos con el sabor de sus crónicas ancestrales.

Nunca se sabe si protege o trata de engañar a los pequeños habitantes que depositaron sus esperanzas a orillas de su calurosa compañía. Pero se sabe que algunas veces, molesto del comportamiento egoísta del dominio de los tiranos y sus gobiernos, deja escurrir con advertencia de su ira alguna hemorragia ardiente entre canales de roca cristalizada, sembrando de paso algunos temores en las poblaciones que aguardan en los pies del Momotombo. Aveces su mal genio por el bullicio del acero y los banqueros, provoca estornudos de polvo en esa llanuras doradas que tanto vigila. Otras ocasiones sus ronquidos y quejidos interiores sacuden la convivencia diaria de los pequeños pobladores que han establecido ahí sus lazos de comercio y amistad, confirmando que sus voces siempre desfilan en procesión a través de sus faldas e interfieren con su meditación.

Pese a que la mayor parte del tiempo prefiere apartarse en su elegante soledad, muchos han asegurado que la personalidad de ese cerro burlón es completamente humana. Cuando le llegan a sus cumbres las noticias de pueblos y comunidades masacrados por la tiranía de los gobernantes, extrañamente su temperamento se vuelve silencioso. Luego de extensas temporadas sin sus señales de viveza, y sin tener cálculo exacto de su retorno al plano de los humildes, su humareda reaparece por sorpresa en la cima puntiaguda en forma de altas chimeneas grises, y estalla en tono violento para ahuyentar a los malhechores que traicionan su patria entre las cobijas y sombras de las dictaduras. Ante esos reclamos volcánicos, es que afirman que ese viejo solitario, aparte de protector, tiene también alma de campesino y pescador. Un revolucionario más que persiste entre lo terrenal y lo cósmico.