Un primo se casa, una prima tiene su primer hijo, una de mis buenas amigas del barrio ya tiene 2 chavalitos a sus 25 años, Tito y Tita (mis más queridos vecinos) fallecen una semana tras del otro, mamá le empieza a faltar la visión, mi espalda comienza a encorvarse luego de dos títulos universitarios, y muchos compañeroas han desaparecido de aquellos tiempos de juegos y chistes.
Las cuentas bancarias siguen rechinando, la ciudad comienza a soltar sus alaridos nuevamente (pero con mascarillas), los puentes continúan llevando progreso, las cordilleras siguen desmoronándose al ritmo de la dulcísima erosión, los ríos siguen cargando esclavizadas las pesadillas del capital, loas políticoas hablando más idioteces de lo normal, y este blog esperando continuamente que le ingrese nuevas putadas para escucharme de vez en cuando.
Ahh, y el COVID-19 sigue danzando de allá para acá, como un vals. Y mientras, los gobiernos cambian los rostros del pueblo por estadísticas.
Cada nuevo atardecer tiendo acercarme con suavidad a la santa muerte, y al mismo tiempo, exprimo el jugo a los diversos aromas de la vida mientras caminamos en ella. Si en algo estoy seguro, es que mis 27 años, y más en este año 2020, me han traído un cachimbo de cosas para meditar, sentir, revolucionar y amar.