Me puse las tenis, crucé la calle frente al camping y me fui a recorrer Playa Negra. Encontré un tronco moribundo sobre un arrecife elevado, me senté en él y medité durante un buen rato. Volví a ver a mi lado derecho, y allí había una pequeña seta un poco lastimada, asentada sobre la misma madera húmeda del mar y la lluvia.
¡Qué curioso! Parecía que el pedazo de árbol mutilado, el hongo y yo teníamos algo en común en aquel punto del espacio-tiempo, y nos hermanaba en aquel paisaje caribeño.
Tal vez éramos productos de ramas diferentes de la evolución, pero al final y al cabo, formas de vida conscientes y conectadas, sobrellavando al mismo tiempo el abandono de aquella pesadilla frente a un océano infinito de posibilidades.